domingo, 30 de noviembre de 2008

El menor defecto



Es sencillo si no te paras a pensarlo.

Dejas volar los dedos sobre las teclas, el papel, el barro, el lienzo o las cuerdas y permites que el caos ordene su propia lógica.

Milagrosamente va cogiendo sentido a medida que accedes a no controlar con tu intención explícita lo que va a ser una expresión de tu alma.

Y ahí la tenemos: una idea debatiéndose por tomar forma entre los códigos que dominamos, ya sea la pintura, la literatura o la música.

La observamos con miedo de estropear el naciente prodigio de nuestra genuina inventiva. Sí, esto que se agita entre nuestras manos, surge de nosotros. Es nuestra voz que habla en su verdadera lengua.

La tentación de intervenir desde las normas es grande. Quién quiere un borrón, un desafine, un descarte, una falta de ortografía... Pero no debemos ceder a ese impulso del control. Cedamos al impulso creativo. Aunque sólo sea por un momento.

Respiremos al ritmo de nuestra inventiva y repasemos más tarde el resultado. Lo importante es el proceso, el aprendizaje, la experimentación, el gozo de pisar lo desconocido sin temor a levantar ningún reproche. No lo detengamos, pues. No lo coartemos. No lo cercenemos con la negligencia disfrazada de prudencia bienintencionada. Nadie nos va a agradecer ese tipo de silencio.

Es un dulce bocado que nos podemos ofrecer en cualquier momento. Y es gratis, señores.

Demos la bienvenida al agua que nunca deja de manar y bebamos de ella.


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