lunes, 2 de marzo de 2009

Conte de l'incroyable amour


¡Madre mía! Han pasado ya catorce años de mi última colaboración en la radio. La semana pasada por fin se rompió mi silencio ante los micrófonos.

¿Cómo ha sucedido?

¿Qué pasó catorce años antes?

¿Por qué es una noticia que vuelva a un estudio radiofónico?

¿Qué es lo que tenía que decir en una emisora?

Voy a contestar a todas estas preguntas, que para eso me debo a mi público (un guiño cómplice para quien quiera cazarlo).

Una de las razones por las que escogí la carrera de Periodismo y desestimé matricularme en Biología, siguiendo mi temprana vocación por la naturaleza, fue la posibilidad de hacer radio. Es un medio en el que me siento cómodo ya que el sonido es el protagonista: bien sea a partir de la voz humana, los efectos de audio o, un O muy grande, la música.

Uno de mis amores es la música. No puedo pasar sin ella. Necesito una dosis diaria para acompañarme en soledad o para disfrutarla en compañía. No me importa el estilo. Según el momento escucho el último hit bailongo, una sinfonía clásica, una vibrante improvisación jazzística, el salvaje guitarrazo de los rockeros o la ancestral tradición de una cultura de cualquier rincón del mundo. La música es el lenguaje del alma. Y si una canción o una melodía me transmite algo que mi alma reconoce y degusta, me entrego a ella sin ningún tipo de prejuicio por su origen.

De este modo, he ido recopilando una extensa discografía ecléctica y en constante expansión desde los 16 años, cuando descubrí que había un universo inexplorado más allá de las propuestas de los 40 principales.

Dos programas de esa época marcaron a fuego mis tímpanos y me dieron pistas de las que he ido tirando en las dos décadas siguientes. El primero de ellos fue DIÁLOGOS 3, presentado por Ramón Trecet y consagrado a glosar las bondades de esa etiqueta-cajón-de-sastre que es la New Age. Enya, Nightnoise, Loreena McKennitt o Suzanne Cianni eran sus artistas habituales. Aunque también entré en contacto con gente excepcional y fuera de cualquier categoría como Dead Can Dance, Keith Jarrett o Anouar Brahem. De este último, un músico tunecino que toca el laúd árabe como un Paco de Lucía islámico, escuché en algún momento del año 92 un tema con una cadencia hipnótica que me subyugó al instante. No sabía cuál era el título, ni el disco donde aparecía. Pero el nombre de Anouar y esa melodía que despertaba en mí emociones místicas, mágicas y desconcertantemente familiares, me habían cautivado para siempre. Años más tarde logré comprarme el disco, con el mismo evocador título que ese tema que no lograba olvidar: “Conte de l’incroyable amour”, el cuento del amor increíble. Además, tuve la fortuna de verle en concierto poco después. Vivir en directo la interpretación de esa canción fue una experiencia deliciosa e inolvidable. Como colofón final, me quedé para felicitarle por su música y charlé un poco con él. Su dedicatoria en árabe en el libreto del cd es uno de esos tesoros sin precio que me conectan con una vivencia muy especial.



Pero os he anticipado que había un segundo programa en mi periodo de formación musical. Se trataba de “EL VIATGE A SAMARCANDA” que se emitía en Canal 9 Ràdio, la actual Ràdio 9. Por ser una emisora pública, dependiente de la Generalitat, el idioma utilizado era (y es) el valenciano. El conductor o “maquinista” de esta locomotora radiofónica era Carlos Luzuriaga, que contaba con la colaboración de un misterioso fogonero escondido bajo el apelativo Azymuth. La apuesta del programa era bastante más arriesgada, alternativa y anti-comercial que el espacio de Trecet. ¿Os dicen algo los nombres Tangerine Dream, Klaus Schulze o The Durutti Column? Seguramente, los que me conocen desde hace más tiempo han exhalado un suspiro y piensan: “Menuda lata nos has dado con ellos, chato”. Para los demás, basta deciros que se trata de tres de mis grupos favoritos. No son precisamente fáciles de escuchar, pero me transportan como nadie a un cosmos de referentes muy íntimos en los que me reconozco sin esfuerzo.

Quien no crea en que existe una especie de destino, que nos guía a través de la inmensa maraña de posibilidades que ofrece la vida, puede parecerle que lo que voy a contar ahora fue una simple coincidencia. Yo cultivo la creencia de que el universo conspira a mi alrededor para que se cumplan los designios de una fuerza superior que habita en todo y nos conecta con el todo. Algunos lo llaman Dios. Otros se refieren a la energía de la vida y de la naturaleza. Yo no sabría encerrar esta convicción mía en los siempre estrechos muros de una definición humana que no puede abarcar la verdad absoluta de la existencia, pues no estamos preparados para asimilarla. Pero día a día recibo pruebas que mantienen y refuerzan mi fe, sin una doctrina con la que comulgue.

Dejo la digresión metafísica para volver al más mundano territorio de los recuerdos. Ahí estaba yo, un chaval a punto de cumplir los diecisiete años, en el descanso entre dos clases de tercero de B.U.P. Mis compañeros fumadores corrían al pasillo a entregarse al insaciable placer de la nicotina. Salí silbando del aula una de las melodías emitidas en DIÁLOGOS 3 y que había conseguido grabar en un cassette. Se trataba de “Pithagoras Trousers” de la Penguin Café Orchestra, una simpática tonadilla que se hizo popular por abrir la emisión del concurso televisivo “JUEGO DE NIÑOS” (sí, el de los Gallifantes). Agustín, con el que no había tenido ninguna conversación hasta ese momento, se dirigió hacía mí.



- ¿Conoces de quién es ese tema?
- Claro. De la Penguin Café Orchestra. ¿Tú también los conoces?
- Por supuesto, y tengo discos suyos.
- ¿Ah, sí? ¿De dónde los has sacado? Eso no se encuentra por aquí.
- Los compré en Valencia. Te puedes venir conmigo un día, y te digo dónde. ¿Cómo es que tú los conoces si no tienes ningún disco suyo?- Es que escucho un par de programas con músicas diferentes: DIÁLOGOS 3 y EL VIATGE A SAMARCANDA. ¿También los conoces?
- Sí, claro.

Agustín no pudo evitar que surgiera una enigmática sonrisa.

Hasta que no acabaron las clases de esa mañana no pude seguir hablando con él sobre los discos que tenía y la gente que conocía. Me parecía simplemente maravilloso que no pusiera cara rara cuando le pregunté por Tangerine Dream y Klaus Schulze. Por fin alguien con quien poder compartir inquietudes musicales. Pero lo que me confesó justo antes de coger su autobús me dejó estupefacto.

- Te tengo que decir algo... No te he contado toda la verdad sobre cómo conozco EL VIATGE A SAMARCANDA.- ¿Qué quieres decir?
- Yo soy el fogonero del programa. Soy Azymuth.

Sólo se puede especular sobre lo que podría haber sucedido si yo no hubiera silbado esa canción en ese preciso momento. ¿Habría descubierto de alguna otra manera la relación de Agustín con el programa? ¿Habría conocido a Carlos, su presentador, por otra vía? ¿Qué me impulsó a silbar aquello? ¿Qué impulsó a Agustín a acercarse? No hay manera de saberlo. Pero sin ese instante de asombrosa coincidencia no podría hablar de mi historia de la radio.


(Continuará)

5 comentarios:

  1. Joder nen, The Durrutti Column. Eso me suena a 2º de Periodismo. Es verdad que nos dabas bastante el coñazo con ellos. Pero sigue con tu historia, por favor, sigue...

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  2. Ummm, ¡cuantos detalles de una misma historía!.

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  3. No voy a entrar en las fuerzas cosmicas.
    Solo aplaudirte por tu relación con la musica.
    Me parece fascinante.Porque si que siento que la musica enriquece el alma y es capaz de conectar como nada, con el estado de animo.
    Asi la vivo y asi la siento desde mi gran ignorancia musical.
    Pero dire en mi favor que una de mis canciones favoristas es MY SONG de Keith Jarret.
    apruebo?
    un beso radiofónico.

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  4. Vas para Matrícula, Xana. Sabía que eras una alumna aventajada.

    Besos en si bemol.

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  5. Yo no pienso pronunciarme mientras no acabes la historia. Pero como avanzadilla comentarte que entiendo perfectamente tu relacion con la musica ;-P

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