domingo, 22 de marzo de 2009

Sobre esa tensión no resuelta...


Cuando mi mirada
escudriña la distancia
buscando cruzarse
con otros espejos...

Cuando mi cuerpo
utiliza cualquier excusa
para sentir
el calor del ajeno...

Cuando mis manos
recorren siluetas
en el aire
de una madrugada solitaria...

Cuando el desesperado lamento
de una gata en celo
no me permite
obviar mi deseo...

Cuando cualquier elemento
es susceptible de provocar
los mecanismos
de la fantasía...

Cuando el silencio
incinera
toda posibilidad
de ser cauto o casto...

Cuando el poder
de la tormenta acecha
tras cada ángulo
sin desarrollar...

Cuando sustantivos, verbos y pronombres
confabulan para despertar el ansia
y se declaran impotentes
para frenarla...

Cuando todos los recuerdos gozosos
son convocados
para mitigar la espera
de los nuevos...

Cuando mis energías
no se conforman
con hacerme sudar
sólo a mí...

Cuando hasta los puntos
suspensivos
están hastiados
de su vacío (!)

Cuando la primavera
amenaza
con promesas
de pasiones sin meditar...

Cuando los sueños
aparcan todo lo simbólico
para reproducir sin tapujos
lo que añoran mis sentidos...

Cuando lo más urgente
es resolver esta tensión
pues todo lo contamina
de humedades secretas...

Cuando...

...se acabó la tregua.

sábado, 21 de marzo de 2009

Mis gustos


Me gusta la belleza en todas sus manifestaciones.

Me gusta saborear la pureza de los momentos.

Me gusta contagiarme con la risa de cualquiera.

Me gusta celebrar hazañas minúsculas y secretas.

Me gusta que todo fluya aunque ignore la dirección.

Me gusta sentirme arropado por fuerzas que no controlo.

Me gusta percibir las energías que nos acompañan.

Me gusta llorar sin poder explicar la razón.

Me gusta respirar el frescor de una mañana.

Me gusta caminar por sendas y no ver asfalto.

Me gusta salvar desniveles y contemplar el panorama circundante.

Me gusta el silencio adornado de sonidos de la naturaleza.

Me gusta la sensación del primer baño en el mar.

Me gusta despertarme desnudo y que tú también lo estés.

Me gusta colocarme ante un desafío y sorprenderme con mi reacción.

Me gusta la paz, la serenidad y la quietud.

Me gusta la honradez, la dignidad y la coherencia.

Me gusta la comprensión, el perdón y la paciencia.

Me gusta la ternura, la pasión y la inocencia.

Me gusta la decisión, la voluntad y la perseverancia.

Me gusta cantar, bailar e interpretar.

Me gusta contar y escuchar historias.

Me gusta borrarlo todo y empezar de nuevo.


Me gusta decir ME GUSTAS.


viernes, 13 de marzo de 2009

El món de les altres músiques


(Tercera parte de la historia comenzada con “Conte de l’incroyable amour” y “Carta bomba”)

Tras una primera lectura de la carta de J.L. no hubo ninguna reacción. Recuerdo que iba tan alegre a comprar el pan, y decidí sentarme en una plaza para disfrutar del sol de abril mientras leía. Pero no había rayo que me calentara una vez que repasé, incrédulo, lo que me parecía una broma muy pesada.

Nunca había experimentado una rabia tan enorme. Estaba furioso, como jamás nadie a conseguido ponerme, y profundamente herido. ¿Cómo alguien, a quien yo consideraba amigo, podía tratarme de esa manera?¿Cómo podía acusarme, dar por hecho todo y tratarme como a un delincuente, sin haber hablado previamente conmigo?¿De dónde salía esa descomunal desconfianza, ese ponzoñoso discurso, ese manifiesto desprecio cargado de temor y envidia?

Inmediatamente entendí que la única persona que podía haberle envenenado los oídos acerca de mí, era su madre. Supongo que pensó que yo podría ser una amenaza para la carrera radiofónica de esa estrella en alza que era su hijo. Es una historia tan antigua como los celos. Pero, coño, yo ERA SU AMIGO y no me dio ni el más diminuto beneficio de la duda.

Cuando comprendí que la carta no era ninguna pesadilla impresa quise mandar a J.L. y su programa a la mierda (y perdonad por la expresión, pero no hay mejores palabras en este caso). Los amigos que leyeron el auto de acusación actuaron de colchón. Me aconsejaron que no hiciera nada hasta calmarme un poco y calibrar en frío qué era lo mejor para mí. Como no soy de los que se deja llevar por la ira, les hice caso. Luego recapacité sobre mi situación. No iba a privarme de hacer algo que me gustaba por culpa de esto. La gente de Radio Ciutat de Badalona tampoco se merecía que les dejase colgados.

Enfadado, pero sereno, me afané a responder punto por punto, y por escrito, a las acusaciones y exigencias de J.L. Muy educadamente, con el finísimo sarcasmo que supone no perder las formas, le fui desmontando sus argumentos y expuse los míos. Después de meditarlo bien, había decidido seguir llevando NUEVA MÚSICA hasta que pudiesen cubrir mi ausencia con los cuatro programas que dejó grabados. Por supuesto, devolví todos sus cds a su casa y usé los míos en las semanas restantes. No puedo olvidar la mirada de odio de su madre cuando dejé el material de su vástago y me despedí para siempre.

Unos días más tarde, J.L. me llamó para barruntar un intento de disculpa que no sonó sincero. Se escudaba en afirmar que había escrito la carta en un arrebato y que lo sentía. Y yo le pregunté que era lo que sentía exactamente: ¿Haber escrito y mandado ese panfleto?¿Haberse pasado cuatro pueblos con el tono?¿Haberme tratado como a un criminal?¿Haber traicionado mi confianza?¿O haberme dejado el programa? Para mayor escarnio, tuvo la desfachatez de contarme que había hecho una copia para su familia, y que su hermana de trece años (y con dos dedos de frente) le dijo que acababa de perder un amigo. ¡¡¡¿¿¿???!!!

A partir de entonces tuve que realizar conexiones telefónicas con Londres, para que J.L. explicara sus impresiones sobre los conciertos de la capital británica a los oyentes de una emisora local. Después de una de esas intervenciones, Patricia le cantó las cuarenta, puesto que había aguantado más de un desaire y tenía mucha rabia acumulada que le soltó sin filtrar.

Finalmente, llegó la grabación de mi último programa. Tuve que comunicar al jefe de programación que ya no seguiría en la emisora. Cuando me preguntó el porqué debió notar mi incomodidad. Le dije que era por un asunto personal, sin dar más detalles. Él se olió algo raro e insistió en saber si había tenido algún problema con algún compañero. Le confesé que J.L. me había mandado una carta ofensiva y que no tenía interés en seguir colaborando con él en adelante. Su semblante se tornó repentinamente serio, pero no me preguntó más.

Una semana más tarde hice algo de lo que no me siento orgulloso. Había quedado con Patricia para despedirme de ella y traía la famosa carta porque quería que le hiciera una fotocopia. Justo cuando le daba la copia, apareció el jefe del programación olfateando algo raro. Me preguntó si esa era la misiva de la discordia y no se lo negué. Sin esperar mi permiso, se hizo otra copia para él y desapareció en el despacho del director. La cosa se me había escapado de las manos, pero ya me daba todo igual. Lamentablemente, aún me quedaban un par de episodios penosos por vivir.

Cuando J.L. regresó de Londres, un mes más tarde, me llamó pidiendo un encuentro en Barcelona. Yo estaba ya en casa de mis padres, en el Puerto de Sagunto, y lo último que me apetecía era volver a verle la cara. Pero me dijo que los de la emisora habían hablado con él y que él tenía que proponerme algo. Un incomprensible sentido del deber y la vana esperanza de ofrecerle la oportunidad de excusarse en directo, hicieron que me desplazara para reunirme con él.

No consigo recordar ningún otro momento en que haya estado tan furioso. Daba miedo, puesto que no tenía que alzar la voz ni agitar el brazo para resultar amenazador. Bastaba con la mirada: helada, fija y cargada de odio. Dejé que hablara primero con la idea de no interrumpirle hasta que acabara. Él, visiblemente incómodo y nervioso, sacó una cuartilla donde había destacado una serie de puntos y los fue enumerando sin ser capaz de mirarme a los ojos.

Su propuesta, evidentemente obligada por la directiva de la emisora, era que yo siguiera en el programa como colaborador fijo. Ni rastro de arrepentimiento o disculpa. Es más, me pidió los cuatro cds que me habían enviado las discográficas, y se mostró altivo y orgulloso haciendo presente el tono de su carta.

Como vi que no había nada que hacer, le pregunté si tenía alguna cosa más que añadir y tomé el turno de palabra. Le aclaré que no pensaba hacer con él ningún programa ni ninguna cosa más, que no le iba a dar unos cds que eran míos, y que lo que más me dolía de todo esto era que yo le consideraba un amigo. Le aconsejé que cambiara esa actitud tan prepotente, que yo no era nadie para demostrarle nada, pero que si no lo hacía, la vida le pondría en su sitio.

No he vuelto a hablar con él.

Todavía me quedaba por comerme una almendra amarga. El jefe de programación de Radio Ciutat de Badalona me llamó en septiembre para ofrecerme dos horas semanales con lo que yo quisiera hacer, puesto que habían decidido retirar a J.L. y su programa de la parrilla. Me daba carta blanca. Me dijo que fuera preparando el formato del nuevo programa y que quedaríamos en un par de semanas para concretarlo todo.

Cándidamente, me ilusioné muchísimo con la zanahoria que me estaban enseñando. Mi orgullo herido veía una recompensa a sus sufrimientos. Mi programa se iba a llamar “LA LUZ GLAUCA” e iba a explorar caminos menos trillados y más experimentales que “NUEVA MÚSICA”. Mi sintonía era un tema de Klaus Schulze.


Cuando me entrevisté con el director de la emisora no tuve ocasión de explicarle mis ideas. Me pidió disculpas, pero no podía mantener su oferta de cederme un espacio en la programación. J.L. les había amenazado con montar un pollo si yo presentaba un programa, y ellos no querían más quebraderos de cabeza.

El chasco fue descomunal, desolador, inconsolable. Se me fueron de golpe las ganas de pisar un estudio radiofónico. Aunque, afortunadamente, eso no afectó en absoluto a mi amor por la música. Así que me centré en disfrutarla; en seguir descubriendo nuevos grupos, artistas y estilos; y en ir acumulando una respetable discografía.

El epílogo de esta historia llega trece años después. En este 2008 crítico y catártico, me decidí a dar un giro radical a mi vida. Dejé el trabajo, cogí mis cosas, y volví a casa de mis padres para comenzar un nuevo ciclo.

Mi viejo amigo Carlos Luzuriaga aún sigue en Ràdio 9. No tardó nada en invitarme a hacer con él un programa especial con lo que me apeteciera para “EL MÓN DE LES ALTRES MÚSIQUES”, que es como se llama el espacio. Y mi propuesta fue dedicarle una hora a Anouar Brahem, para que su “Conte de l’incroyable amour” volviera a sonar en el dial y conquistara el oído de más gente.

Carlos ya ha advertido a sus oyentes de que volveré el primer viernes de cada mes como invitado especial.

El próximo programa estará dedicado a los brasileños UAKTI.

Gracias, Carlos, por ayudar a sacarme esa espina.


miércoles, 11 de marzo de 2009

Año 1 después de Brasil


Hace justo un año estaba en Brasil. No me voy a extender con las circunstancias que me llevaron hasta ese país en un mes de marzo. Lo importante es que ese viaje era el punto de inflexión que necesitaba mi vida para salir del estancamiento, la apatía, la desesperanza y todos los sinónimos que se os ocurran de la depresión. En ese sentido, cumplí con el tópico de las road movies que utilizan el recorrido geográfico del protagonista como una metáfora de su transformación interior. Sí, mi viaje tuvo muy poco de turístico y mucho de iniciático. Se trataba de abrir mi espíritu a un disfrute más sincero y valiente de la vida, para afrontar el desafío de ser yo mismo.

Pasé tres semanas entre la selva tropical y las playas salvajes; hablando durante horas; comiendo mangos y papayas; mojándome en el mar y bajo cascadas; compartiendo vivencias con desconocidos; extasiándome con la exhuberancia de la naturaleza; y bailando; sambando como el cuerpo me dejaba entender; liberando mis caderas del agarrotamiento de nuestras vergüenzas; sonriendo a una preciosa menina que se dejaba llevar y me seguía el ritmo; riendo con mayores y pequeños sin importarme nada. Desde que llegué tuve la extraña sensación de pertenecer a ese sitio. Como un Ulises que retornara a su hogar de Ítaca mucho tiempo después de haberlo olvidado. El portugués que hablan los brasileños me parecía el más musical de los idiomas. Me resultaba muy fácil entenderles y sé que, con una estancia más larga, lo hubiera aprendido a hablar con soltura, pues ya era capaz de cantar algo.

Al irme de allá tuve dos impresiones muy fuertes. La primera era que había todavía algo pendiente que me haría volver. La segunda, que habría un antes y un después de mi experiencia brasileña. Me sentía como si en mi vida anterior hubiese sido una oruga que se arrastrara camuflándose entre las hojas, y que hubiera escogido Brasil para comenzar su capullo de seda. Mi alma sabía que la transformación había comenzado y ya no habría vuelta atrás, aunque el proceso me proporcionara buenas raciones de dolor y miedos. A los hechos me remito. Ahora, tras doce meses de metamorfosis, surge la borboleta (mariposa) para volar bajo el sol de primavera.

Beijos para os amigos brasileiros!!

Eu retornare um dia. Minha alma tem saudade.

martes, 10 de marzo de 2009

Una estrella a su manera

Hace casi dos meses que falleció mi abuelo Emile, pépé, y ya va siendo hora que os hable más largamente sobre mi abuela Thérese, mémée. Ella siempre ha preferido colocarse en un segundo plano. Con su proverbial discreción, su trabajada complicidad, su risueño carácter y su corazón descomunal, ha acompañado a su marido cediéndole todo el protagonismo. Pépé llevaba ya muchos años sobrellevando el peso de una enfermedad ferozmente degenerativa: la poliartritis reumatoide. Sus brazos se hincharon y retorcieron; sus piernas dejaron de sostenerle; y sólo una portentosa intervención quirúrgica le salvó de perder la vista.

Thérese cuidó de su esposo con devoción en sus últimos años. Cocinaba y se ocupaba de la casa; hacía las compras; atendía el teléfono, pues pépé no podía sostener el auricular; y supervisaba que todo estuviera en orden para cumplir los rituales diarios de las comidas y las pastillas; troceaba la carne y el pan; untaba las migas con mermelada o crema de chocolate; y lo ayudaba a limpiarse cuando iba al baño. Pero mi abuelo cada vez requería de más atenciones y, aunque contaban con la ayuda de asistentes sociales que acudían cada mañana y de sus hijas Chantal y Bernadette que solían venir por la tarde, mi abuela estaba agotada. En sus últimos meses, pépé pedía ir al baño cada dos horas, y por la noche nadie podía asistir a mémée.

El médico que, periódicamente, vigilaba la salud de mis abuelos, notó que mi abuela tenía problemas para respirar. Le dijo que sería conveniente hacerse una radiografía para ver si había algún problema en los pulmones, puesto que comprobó que el problema no remitía. Mémée siempre le dio largas. Le decía que no era grave, que el que estaba realmente mal era su marido y que no quería ir a un hospital si no era realmente necesario.

Unos días después del funeral de pépé, el doctor volvió a proponerle a mi abuela que pasara por los rayos x. Esta vez ya no sé negó. Chantal y Bernadette acompañaron a su madre al hospital de Chatellerault. Mientras esperaban el resultado de la prueba, mémée soltó la bomba. Les dijo que en la radiografía iba a aparecer un tumor en el pecho y que lo sabía desde hace cinco años.

No quiso hacerse la radiografía ni se quejó sobre ello, pese a que dos de sus hermanos murieron de cáncer pocos meses antes. Ella sabía que si comenzaba a tratarse, tendría que dejar su casa y a su marido, que habría acabado en una residencia donde se habría dejado morir de tristeza. Así que le regaló a su esposo un final digno a su lado; y permitió que toda la familia disfrutara de ambos como siempre lo había hecho.

Cuando el médico comprobó que se trataba de un cáncer de mama, le rogó a mi abuela que se dejara operar. Incluso llegó a suplicarle de rodillas: “Madame Guidault quiero que esto lo haga por usted”. Mi abuela accedió.

Ayer le extirparon el pecho enfermo. Ahora se recupera en un hospital de Poitiers, a la espera de las analíticas que dictarán si más adelante ha de comenzar la quimioterapia o no será necesaria.

Desde aquí le mando un beso enorme y las mejores energías para que su sonrisa vuelva a iluminar la cocina de Chorée. Ella se ha ganado todo lo mejor. Es todo un privilegio haberla conocido y un tremendo orgullo ser su nieto. Su ejemplo de amor me deja totalmente desarmado y boquiabierto. Me quito el sombrero.

Je t’aime beaucoup, mémée.


domingo, 8 de marzo de 2009

Te quiero, alma


Gracias alma.

Gracias por guiarme pacientemente y en silencio.

Gracias por no darme por perdido jamás.

Gracias por mantenerte fiel a tus propósitos.

Gracias por permitir que me equivocase, que cayera y que sintiera el dolor.

Gracias por ayudarme a levantar después.

Gracias por no emborracharme con la fácil exageración de los aciertos.

Gracias por hablar cuando lo necesito.

Gracias por ser tú en mí.

Hoy he sentido la más desconcertante gloria que he podido experimentar.

Hoy me he sentido realmente querido por ti.

Hoy, por fin, puedo saber qué es eso de quererse a uno mismo, sin narcisismos estériles.

Hoy el calor de tu abrazo me ha conmovido, sacudido y emocionado en un torbellino intensísimo e irrefrenable.

Hoy he llorado y reído a la vez, sin una pizca de amargura en ello.

Hoy he disfrutado de ser quien soy y me he sentido orgulloso de mi trayectoria.

Hoy hago las paces conmigo.

Gracias alma.

Te quiero.

martes, 3 de marzo de 2009

Carta bomba




Resulta toda una paradoja, gracias a la perspectiva que da el tiempo, que Agustín desapareciera del programa, y de mi vida, en cuanto acabamos el instituto. Ahora tengo claro que su función en este cuento era la de presentarme a Carlos, con el que sigo manteniendo una buena amistad.

El día que conocí al locutor del VIATGE A SAMARKANDA, había quedado con Agustín en Valencia para que conociera algunas tiendas de discos donde saciar mis ansias. Nos encontramos con Carlos en la estación de Valencia. Yo le saludé imitando la voz del picarón mendigo Barragán: “¿Cómo estamos? Bien, ¿cómo estamos?”. Congeniamos al instante. Nos llevó a su casa y me enseñó su colección de cds y vinilos. ¡Bendito sea Vini Reilly! La baba se me caía por las comisuras, como a un ladrón de tumbas que hubiera encontrado las minas del Rey Salomón. Y Carlos me dijo que me podía llevar lo que quisiera. No creo que ningún niño se haya sentido más ilusionado en la mañana de Reyes como yo lo estuve al escuchar eso.

Pasaron las semanas y los meses. Yo fui grabándome todos los cds que pude de la discoteca de Carlos, y compré algunos compactos y vinilos. Acabé el C.O.U. y, tras aprobar el selectivo, conseguí matricularme en la facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Autónoma de Barcelona (U.A.B.). No me extenderé con detalles sobre cómo fueron mis tiempos universitarios, pues eso forma parte de otra trama que quizá me decida a abordar en alguna ocasión.

Uno de los aspectos más positivos de la experiencia universitaria es que facilita la toma de contacto entre las personas con inquietudes similares. Aunque me costó todo un curso relacionarme verdaderamente con otros alumnos, a partir de segundo inicié algunas amistades que perduran todavía. Sí, también se presentó el romance, pero eso no toca ahora, insisto.

Cuando decimos que la primera impresión es la que cuenta, no sabemos hasta qué punto es eso cierto. Deberíamos hacer más caso de nuestro instinto, porque existe una señal de alarma que se activa cuando algo va mal, aunque no sepamos explicar el qué. De entrada, J.L. no me dio para nada buen feeling. Me transmitía una imagen de brusca prepotencia y eso me hizo guardar las distancias. Pero como era colega de algunos de mis amigos lo toleré en silencio hasta que el destino me preparó un nuevo órdago.

Fue un concierto de Jean-Michel Jarre en el flamante estadio olímpico. Silvia había quedado conmigo y J.L. para el evento, que prometía ser espectacular. Y no nos defraudó: fue un espectáculo de proyecciones, láser, pirotecnia y muuuuuuuuuchos sintetizadores. Los tres nos lo pasamos bomba. Acabamos abrazándonos y saltando como posesos. Por supuesto, me deshice de mis prejuicios hacia él cuando empezamos a hablar de todos esos músicos que conocíamos. Pensé que había una persona que valía la pena tras esa fachada tan bruta. Oh, un pequeño detalle más: me enteré que presentaba un programa, con un estilo musical parecido al de Ramón Trecet, para Ràdio Ciutat de Badalona...

Durante el tercer curso nos hicimos muy amigos. Estuvo en casa de mis padres un par de veces. Fuimos a varios conciertos para los que tenía invitaciones y claro, acabé asistiendo a la emisión en directo de “NUEVA MÚSICA” algún que otro sábado noche. La sintonía del programa era un tema instrumental de Enya, “Watermark”. La primera hora estaba consagrada a glosar las novedades en el panorama de la new age, y la segunda estaba dedicada íntegramente a una figura destacada.




Apurábamos los últimos días del curso. J.L. me dijo que tenía que hacerme una propuesta. Había solicitado una beca Erasmus para el curso siguiente y, finalmente se la habían concedido. En febrero tendría que irse a Londres para pasar allí cuatro meses y ya no podría hacerse cargo del programa, pero pensaba que yo sería un buen sustituto en su ausencia.

Hay regalos que vienen envueltos en deslumbrantes oropeles, pero contienen un payaso que salta con un resorte cuando vamos confiados a abrirlos. Yo ya había bajado la guardia. Me olvidé de la advertencia de mi instinto y me abalancé sobre el paquete, totalmente hipnotizado por los dibujos del papel, el enorme lazo y el sugestivo sonido que producía al agitarlo.

Como ya habréis imaginado, le dije que podría contar conmigo. Incluso fui tan inocente que le confesé que no me cayó bien al principio, aunque los hechos me habían demostrado que estaba equivocado.

No, los hechos me iban a demostrar todo lo contrario.

Los meses siguientes me fui preparando para ser locutor de radio. J.L. lo tenía todo muy bien planeado. Empecé apareciendo como un colaborador esporádico que comentaba con él conciertos y nuevos discos. Más adelante ya era un partenaire fijo. Ese verano, en el Puerto de Sagunto, me encargué de dos horas semanales en una emisora pirata del barrio de Baladre: Radio Liberty. La primera parte, “LA SONRISA”, estaba dedicada al cine. La segunda, “LA LUZ GLAUCA”, a la música de mis amores. Incluso tuve la osadía de hacer un parte de noticias locales entre las dos secciones.

Ya en el otoño, J.L. me animó a pensar en preparar un monográfico para la segunda parte de “NUEVA MÚSICA”. Y yo le propuse hacerlo sobre Klaus Schulze, que era mi Dios por aquel entonces. No os voy a engañar. Disfruté como un enano haciendo aquel programa, y me frotaba las manos pensando en lo que podría hacer cuando lo llevara yo. ¡Dos horas para poner lo que me diera la gana! Y era una emisión con oyentes. Incluso uno llamó para aconsejarme una tienda de discos de importación donde podría encontrar mucha música electrónica alemana de los setenta.



Poco antes de que J.L. se fuera a Londres, acudimos a una tienda de discos donde Ramón Trecet promocionaba un recopilatorio con la música de su programa. Yo le pregunté alguna cosa y, cuando finalizó el evento, uno de los asistentes quiso saber si yo era A.B. No salía de mi asombro. Era un oyente de NUEVA MÚSICA que me había reconocido por la voz. Mi instinto también estaba dormido cuando J.L. me clavó su mirada en la nuca.

Antes de irse de Erasmus, J.L. me explicó detalladamente lo que tendría que hacer. Me copié un listado de discográficas y contactos de su agenda, y me asignó la tarea de llamarlas regularmente para estar al tanto de todas las novedades y para que me asegurara que le enviasen cds a su casa o a la emisora. Yo tendría que ir cada semana a casa de sus padres, en Santa Coloma de Gramenet, para recoger los discos que fuese a necesitar para el programa y devolver los otros. No podía hablar en directo porque se emitía de 12 de la noche a 2 de la madrugada, y no había medio de transporte para ir de Badalona a Cerdanyola. Así que solía quedar el jueves anterior con la técnico de sonido, Patricia, para grabarlo en una cinta de Revox. Como medida de precaución, por si estaba enfermo o sucedía cualquier cosa que me impidiese acudir a la emisora, J.L. había dejado una cinta de video con 4 programas de recurso. Todo estaba listo.

Durante las siguientes semanas fui intensamente feliz preparando y grabando esos programas. Iba y venía a Santa Coloma y Badalona chupándome horas de trenes y metros con alegría. Como había algunos cds que ponía más a menudo, los conservaba conmigo para no andar trajinando más con ellos. Llamaba a las discográficas diciéndoles que sustituía a J.L. durante unos meses, pero que podían seguir enviando los discos a su casa o a la emisora, que yo los recogería. Hubo alguna que se empeñó en pedirme mi dirección para hacérmelos llegar directamente, puesto que era yo quien lo presentaba. Yo ya no les contradije, claro. Pensé que ya lo arreglaría con J.L. cuando regresara.

El resorte del payaso saltó al abrir mi buzón poco antes de Semana Santa.


Esta es la transcripción completa y fiel de la carta. Lamentablemente, las palabras subrayadas no son cosa mía.

Londres, 5 de abril de 1995

Estimado A:

Te escribo la presente por unas informaciones que me han llegado sobre tu labor en “NUEVA MÚSICA”, que me encantaría que fueran falsas. Antes de entrar en materia, te voy a recordar unos cuantos puntos de los acuerdos a los que habíamos llegado antes de mi marcha a Londres. Son puntos básicos y elementales sobre el funcionamiento del programa que quedaron en su momento suficientemente claros:

a) Los nuevos compactos deben llegar a mi casa y quedarse en mi casa (exceptuando obviamente los momentos en que deban salir a la emisora para ser emitidos).
b) Los compactos que lleguen a la emisora van a mi casa.
c) Las direcciones que las discográficas tienen sobre “NUEVA MÚSICA” tienen que seguir siendo las mismas: mi casa y/o la emisora. No puedes dar otro tipo de direcciones que no sean esas.
d) Los compactos que te lleves debes devolverlos sin demora.

Todo esto viene a cuento porque me he enterado de varias cosas que no me han hecho ninguna gracia:

a) Que te llevas los compactos de mi casa durante un tiempo sospechosamente largo. (Michael Nyman “The Piano”)
b) Que te llevas a tu casa los compactos que llegan a la emisora.
c) Que te quedas como si fueran tuyos compactos que me llegan a casa.
d) Y que das a las discográficas tu dirección particular, hecho especialmente grave.

Creo que te dejé bien claro por carta, que todos los compactos que lleguen fruto de tu trabajo deben ser anotados en una lista y quedarse en mi casa, para que, a mi regreso de Londres, lleguemos a un acuerdo de quién se queda los compactos.

También quiero subrayar que el hecho de que des tu dirección a las discográficas es tan grave como intolerable. ¿Qué imagen vamos a dar ante una discográfica cuando se cambia la dirección de envío de los cds cada dos por tres? ¿Crees que una discográfica puede confiar realmente en un programa que trabaja así? ¡Mucho ojo, A, con lo que hacemos!

Vistos los hechos, te pido que de inmediato

a) Devuelvas a mi casa todos los compactos que te has quedado, excepto los que vayas a poner en el programa en esa misma semana.
b) Lleves a mi casa, y no a Cerdanyola, todos los cds que lleguen a la emisora.
c) Lleves a mi casa todos los compactos que han llegado desde que yo me fui a Londres.
d) Llames ahora a todas las discográficas a las que has dado tu dirección y les des la mía o, en caso de que no quieran, la de la emisora; Me da igual la excusa que te inventes, pero quiero que lo hagas ahora.

Hasta el recibo de estas informaciones sobre tu labor en el programa, tenía ya decidido darte un papel relevante en “NUEVA MÚSICA” para cuando retomara el espacio. Cuando hablo de papel relevante, hablo de aparecer en cada programa con protagonismo y poder de decisión. Evidentemente, estoy reconsiderando seriamente eso.

De empeorar las cosas, si no tomas ahora las medidas que te he indicado, desaparecerás del programa para cuando vuelva. A.B. nunca más volverá a existir en “NUEVA MÚSICA”.

Te recuerdo que te he dejado el programa, no te lo he regalado. Aunque no lo parezca, sigo dirigiendo y controlando el programa desde Londres. Si ahora tienes un programa de dos horas semanales en una emisora de Barcelona sin experiencia previa en radio y sin que anteriormente supieras pronunciar dos palabras seguidas delante de un micro es gracias a mí. Te guste o no, el programa me lo he currado yo y, para que te acuerdes, su nombre completo es “NUEVA MÚSICA CON J.L.”. Aunque tú luego le añadas “Soy A.B.”.

¿Queda claro? Pues bien, ahora ya sabes lo que tienes que hacer.

Un saludo


¿Qué hubierais hecho vosotros al recibir esto?

(Continuará)

lunes, 2 de marzo de 2009

Conte de l'incroyable amour


¡Madre mía! Han pasado ya catorce años de mi última colaboración en la radio. La semana pasada por fin se rompió mi silencio ante los micrófonos.

¿Cómo ha sucedido?

¿Qué pasó catorce años antes?

¿Por qué es una noticia que vuelva a un estudio radiofónico?

¿Qué es lo que tenía que decir en una emisora?

Voy a contestar a todas estas preguntas, que para eso me debo a mi público (un guiño cómplice para quien quiera cazarlo).

Una de las razones por las que escogí la carrera de Periodismo y desestimé matricularme en Biología, siguiendo mi temprana vocación por la naturaleza, fue la posibilidad de hacer radio. Es un medio en el que me siento cómodo ya que el sonido es el protagonista: bien sea a partir de la voz humana, los efectos de audio o, un O muy grande, la música.

Uno de mis amores es la música. No puedo pasar sin ella. Necesito una dosis diaria para acompañarme en soledad o para disfrutarla en compañía. No me importa el estilo. Según el momento escucho el último hit bailongo, una sinfonía clásica, una vibrante improvisación jazzística, el salvaje guitarrazo de los rockeros o la ancestral tradición de una cultura de cualquier rincón del mundo. La música es el lenguaje del alma. Y si una canción o una melodía me transmite algo que mi alma reconoce y degusta, me entrego a ella sin ningún tipo de prejuicio por su origen.

De este modo, he ido recopilando una extensa discografía ecléctica y en constante expansión desde los 16 años, cuando descubrí que había un universo inexplorado más allá de las propuestas de los 40 principales.

Dos programas de esa época marcaron a fuego mis tímpanos y me dieron pistas de las que he ido tirando en las dos décadas siguientes. El primero de ellos fue DIÁLOGOS 3, presentado por Ramón Trecet y consagrado a glosar las bondades de esa etiqueta-cajón-de-sastre que es la New Age. Enya, Nightnoise, Loreena McKennitt o Suzanne Cianni eran sus artistas habituales. Aunque también entré en contacto con gente excepcional y fuera de cualquier categoría como Dead Can Dance, Keith Jarrett o Anouar Brahem. De este último, un músico tunecino que toca el laúd árabe como un Paco de Lucía islámico, escuché en algún momento del año 92 un tema con una cadencia hipnótica que me subyugó al instante. No sabía cuál era el título, ni el disco donde aparecía. Pero el nombre de Anouar y esa melodía que despertaba en mí emociones místicas, mágicas y desconcertantemente familiares, me habían cautivado para siempre. Años más tarde logré comprarme el disco, con el mismo evocador título que ese tema que no lograba olvidar: “Conte de l’incroyable amour”, el cuento del amor increíble. Además, tuve la fortuna de verle en concierto poco después. Vivir en directo la interpretación de esa canción fue una experiencia deliciosa e inolvidable. Como colofón final, me quedé para felicitarle por su música y charlé un poco con él. Su dedicatoria en árabe en el libreto del cd es uno de esos tesoros sin precio que me conectan con una vivencia muy especial.



Pero os he anticipado que había un segundo programa en mi periodo de formación musical. Se trataba de “EL VIATGE A SAMARCANDA” que se emitía en Canal 9 Ràdio, la actual Ràdio 9. Por ser una emisora pública, dependiente de la Generalitat, el idioma utilizado era (y es) el valenciano. El conductor o “maquinista” de esta locomotora radiofónica era Carlos Luzuriaga, que contaba con la colaboración de un misterioso fogonero escondido bajo el apelativo Azymuth. La apuesta del programa era bastante más arriesgada, alternativa y anti-comercial que el espacio de Trecet. ¿Os dicen algo los nombres Tangerine Dream, Klaus Schulze o The Durutti Column? Seguramente, los que me conocen desde hace más tiempo han exhalado un suspiro y piensan: “Menuda lata nos has dado con ellos, chato”. Para los demás, basta deciros que se trata de tres de mis grupos favoritos. No son precisamente fáciles de escuchar, pero me transportan como nadie a un cosmos de referentes muy íntimos en los que me reconozco sin esfuerzo.

Quien no crea en que existe una especie de destino, que nos guía a través de la inmensa maraña de posibilidades que ofrece la vida, puede parecerle que lo que voy a contar ahora fue una simple coincidencia. Yo cultivo la creencia de que el universo conspira a mi alrededor para que se cumplan los designios de una fuerza superior que habita en todo y nos conecta con el todo. Algunos lo llaman Dios. Otros se refieren a la energía de la vida y de la naturaleza. Yo no sabría encerrar esta convicción mía en los siempre estrechos muros de una definición humana que no puede abarcar la verdad absoluta de la existencia, pues no estamos preparados para asimilarla. Pero día a día recibo pruebas que mantienen y refuerzan mi fe, sin una doctrina con la que comulgue.

Dejo la digresión metafísica para volver al más mundano territorio de los recuerdos. Ahí estaba yo, un chaval a punto de cumplir los diecisiete años, en el descanso entre dos clases de tercero de B.U.P. Mis compañeros fumadores corrían al pasillo a entregarse al insaciable placer de la nicotina. Salí silbando del aula una de las melodías emitidas en DIÁLOGOS 3 y que había conseguido grabar en un cassette. Se trataba de “Pithagoras Trousers” de la Penguin Café Orchestra, una simpática tonadilla que se hizo popular por abrir la emisión del concurso televisivo “JUEGO DE NIÑOS” (sí, el de los Gallifantes). Agustín, con el que no había tenido ninguna conversación hasta ese momento, se dirigió hacía mí.



- ¿Conoces de quién es ese tema?
- Claro. De la Penguin Café Orchestra. ¿Tú también los conoces?
- Por supuesto, y tengo discos suyos.
- ¿Ah, sí? ¿De dónde los has sacado? Eso no se encuentra por aquí.
- Los compré en Valencia. Te puedes venir conmigo un día, y te digo dónde. ¿Cómo es que tú los conoces si no tienes ningún disco suyo?- Es que escucho un par de programas con músicas diferentes: DIÁLOGOS 3 y EL VIATGE A SAMARCANDA. ¿También los conoces?
- Sí, claro.

Agustín no pudo evitar que surgiera una enigmática sonrisa.

Hasta que no acabaron las clases de esa mañana no pude seguir hablando con él sobre los discos que tenía y la gente que conocía. Me parecía simplemente maravilloso que no pusiera cara rara cuando le pregunté por Tangerine Dream y Klaus Schulze. Por fin alguien con quien poder compartir inquietudes musicales. Pero lo que me confesó justo antes de coger su autobús me dejó estupefacto.

- Te tengo que decir algo... No te he contado toda la verdad sobre cómo conozco EL VIATGE A SAMARCANDA.- ¿Qué quieres decir?
- Yo soy el fogonero del programa. Soy Azymuth.

Sólo se puede especular sobre lo que podría haber sucedido si yo no hubiera silbado esa canción en ese preciso momento. ¿Habría descubierto de alguna otra manera la relación de Agustín con el programa? ¿Habría conocido a Carlos, su presentador, por otra vía? ¿Qué me impulsó a silbar aquello? ¿Qué impulsó a Agustín a acercarse? No hay manera de saberlo. Pero sin ese instante de asombrosa coincidencia no podría hablar de mi historia de la radio.


(Continuará)

domingo, 1 de marzo de 2009

Descomposición del arco iris


Los colores recorrieron su garganta para depositarse en el cieno. La amplia circunferencia del suicidio no podía competir con el absurdo inicio del espasmo final. Georgina no merecía morir de esa manera. Aquel charco inmundo donde acabaron sus latidos reverberó entonces por la rabia de mis botas. Me parecía una obscenidad execrable condenar al arco iris a compartir la miseria impertérrita del barro; rodearlo de la misma mugre que es capaz de exorcizar con su sola presencia. Pero esta vez no fue suficiente. Su belleza estaba enferma. Se diría que era la hermosura en persona la que agonizaba con el frío cuerpo. Que vomitaba sus pútridos excesos en una marea aceitosa que conseguía el disparate de contaminar la pura porquería.

¿Qué esperanza podía albergar si en un día de lluvia el sol me acribillaba con semejante recuerdo?¿Qué infiernos debería visitar para desplazar la demencial paleta del primer puesto de mi escala del horror?¿Cuándo dejará el sueño de atormentarme con el fiel recorrido por todo el proceso que yo no quise evitar?

La almohada no ha olvidado ni una sola de las ocasiones en que mi estupidez bloqueó las posibilidades de trascender el mero testimonio. Se recrea en ellas lentamente para que deguste la amargura de cada uno de los detalles. Si no escojo el insomnio, Georgina me pide auxilio sin misericordia. Antes de entregarme a la resignación de asumir mi castigo perpetuo voy a intervenir en los hechos, aunque sólo sea en mi pesadilla. He de admitir que ni siquiera lo había intentado todavía. Tal es el grado de parálisis con el que actúo.