viernes, 13 de marzo de 2009

El món de les altres músiques


(Tercera parte de la historia comenzada con “Conte de l’incroyable amour” y “Carta bomba”)

Tras una primera lectura de la carta de J.L. no hubo ninguna reacción. Recuerdo que iba tan alegre a comprar el pan, y decidí sentarme en una plaza para disfrutar del sol de abril mientras leía. Pero no había rayo que me calentara una vez que repasé, incrédulo, lo que me parecía una broma muy pesada.

Nunca había experimentado una rabia tan enorme. Estaba furioso, como jamás nadie a conseguido ponerme, y profundamente herido. ¿Cómo alguien, a quien yo consideraba amigo, podía tratarme de esa manera?¿Cómo podía acusarme, dar por hecho todo y tratarme como a un delincuente, sin haber hablado previamente conmigo?¿De dónde salía esa descomunal desconfianza, ese ponzoñoso discurso, ese manifiesto desprecio cargado de temor y envidia?

Inmediatamente entendí que la única persona que podía haberle envenenado los oídos acerca de mí, era su madre. Supongo que pensó que yo podría ser una amenaza para la carrera radiofónica de esa estrella en alza que era su hijo. Es una historia tan antigua como los celos. Pero, coño, yo ERA SU AMIGO y no me dio ni el más diminuto beneficio de la duda.

Cuando comprendí que la carta no era ninguna pesadilla impresa quise mandar a J.L. y su programa a la mierda (y perdonad por la expresión, pero no hay mejores palabras en este caso). Los amigos que leyeron el auto de acusación actuaron de colchón. Me aconsejaron que no hiciera nada hasta calmarme un poco y calibrar en frío qué era lo mejor para mí. Como no soy de los que se deja llevar por la ira, les hice caso. Luego recapacité sobre mi situación. No iba a privarme de hacer algo que me gustaba por culpa de esto. La gente de Radio Ciutat de Badalona tampoco se merecía que les dejase colgados.

Enfadado, pero sereno, me afané a responder punto por punto, y por escrito, a las acusaciones y exigencias de J.L. Muy educadamente, con el finísimo sarcasmo que supone no perder las formas, le fui desmontando sus argumentos y expuse los míos. Después de meditarlo bien, había decidido seguir llevando NUEVA MÚSICA hasta que pudiesen cubrir mi ausencia con los cuatro programas que dejó grabados. Por supuesto, devolví todos sus cds a su casa y usé los míos en las semanas restantes. No puedo olvidar la mirada de odio de su madre cuando dejé el material de su vástago y me despedí para siempre.

Unos días más tarde, J.L. me llamó para barruntar un intento de disculpa que no sonó sincero. Se escudaba en afirmar que había escrito la carta en un arrebato y que lo sentía. Y yo le pregunté que era lo que sentía exactamente: ¿Haber escrito y mandado ese panfleto?¿Haberse pasado cuatro pueblos con el tono?¿Haberme tratado como a un criminal?¿Haber traicionado mi confianza?¿O haberme dejado el programa? Para mayor escarnio, tuvo la desfachatez de contarme que había hecho una copia para su familia, y que su hermana de trece años (y con dos dedos de frente) le dijo que acababa de perder un amigo. ¡¡¡¿¿¿???!!!

A partir de entonces tuve que realizar conexiones telefónicas con Londres, para que J.L. explicara sus impresiones sobre los conciertos de la capital británica a los oyentes de una emisora local. Después de una de esas intervenciones, Patricia le cantó las cuarenta, puesto que había aguantado más de un desaire y tenía mucha rabia acumulada que le soltó sin filtrar.

Finalmente, llegó la grabación de mi último programa. Tuve que comunicar al jefe de programación que ya no seguiría en la emisora. Cuando me preguntó el porqué debió notar mi incomodidad. Le dije que era por un asunto personal, sin dar más detalles. Él se olió algo raro e insistió en saber si había tenido algún problema con algún compañero. Le confesé que J.L. me había mandado una carta ofensiva y que no tenía interés en seguir colaborando con él en adelante. Su semblante se tornó repentinamente serio, pero no me preguntó más.

Una semana más tarde hice algo de lo que no me siento orgulloso. Había quedado con Patricia para despedirme de ella y traía la famosa carta porque quería que le hiciera una fotocopia. Justo cuando le daba la copia, apareció el jefe del programación olfateando algo raro. Me preguntó si esa era la misiva de la discordia y no se lo negué. Sin esperar mi permiso, se hizo otra copia para él y desapareció en el despacho del director. La cosa se me había escapado de las manos, pero ya me daba todo igual. Lamentablemente, aún me quedaban un par de episodios penosos por vivir.

Cuando J.L. regresó de Londres, un mes más tarde, me llamó pidiendo un encuentro en Barcelona. Yo estaba ya en casa de mis padres, en el Puerto de Sagunto, y lo último que me apetecía era volver a verle la cara. Pero me dijo que los de la emisora habían hablado con él y que él tenía que proponerme algo. Un incomprensible sentido del deber y la vana esperanza de ofrecerle la oportunidad de excusarse en directo, hicieron que me desplazara para reunirme con él.

No consigo recordar ningún otro momento en que haya estado tan furioso. Daba miedo, puesto que no tenía que alzar la voz ni agitar el brazo para resultar amenazador. Bastaba con la mirada: helada, fija y cargada de odio. Dejé que hablara primero con la idea de no interrumpirle hasta que acabara. Él, visiblemente incómodo y nervioso, sacó una cuartilla donde había destacado una serie de puntos y los fue enumerando sin ser capaz de mirarme a los ojos.

Su propuesta, evidentemente obligada por la directiva de la emisora, era que yo siguiera en el programa como colaborador fijo. Ni rastro de arrepentimiento o disculpa. Es más, me pidió los cuatro cds que me habían enviado las discográficas, y se mostró altivo y orgulloso haciendo presente el tono de su carta.

Como vi que no había nada que hacer, le pregunté si tenía alguna cosa más que añadir y tomé el turno de palabra. Le aclaré que no pensaba hacer con él ningún programa ni ninguna cosa más, que no le iba a dar unos cds que eran míos, y que lo que más me dolía de todo esto era que yo le consideraba un amigo. Le aconsejé que cambiara esa actitud tan prepotente, que yo no era nadie para demostrarle nada, pero que si no lo hacía, la vida le pondría en su sitio.

No he vuelto a hablar con él.

Todavía me quedaba por comerme una almendra amarga. El jefe de programación de Radio Ciutat de Badalona me llamó en septiembre para ofrecerme dos horas semanales con lo que yo quisiera hacer, puesto que habían decidido retirar a J.L. y su programa de la parrilla. Me daba carta blanca. Me dijo que fuera preparando el formato del nuevo programa y que quedaríamos en un par de semanas para concretarlo todo.

Cándidamente, me ilusioné muchísimo con la zanahoria que me estaban enseñando. Mi orgullo herido veía una recompensa a sus sufrimientos. Mi programa se iba a llamar “LA LUZ GLAUCA” e iba a explorar caminos menos trillados y más experimentales que “NUEVA MÚSICA”. Mi sintonía era un tema de Klaus Schulze.


Cuando me entrevisté con el director de la emisora no tuve ocasión de explicarle mis ideas. Me pidió disculpas, pero no podía mantener su oferta de cederme un espacio en la programación. J.L. les había amenazado con montar un pollo si yo presentaba un programa, y ellos no querían más quebraderos de cabeza.

El chasco fue descomunal, desolador, inconsolable. Se me fueron de golpe las ganas de pisar un estudio radiofónico. Aunque, afortunadamente, eso no afectó en absoluto a mi amor por la música. Así que me centré en disfrutarla; en seguir descubriendo nuevos grupos, artistas y estilos; y en ir acumulando una respetable discografía.

El epílogo de esta historia llega trece años después. En este 2008 crítico y catártico, me decidí a dar un giro radical a mi vida. Dejé el trabajo, cogí mis cosas, y volví a casa de mis padres para comenzar un nuevo ciclo.

Mi viejo amigo Carlos Luzuriaga aún sigue en Ràdio 9. No tardó nada en invitarme a hacer con él un programa especial con lo que me apeteciera para “EL MÓN DE LES ALTRES MÚSIQUES”, que es como se llama el espacio. Y mi propuesta fue dedicarle una hora a Anouar Brahem, para que su “Conte de l’incroyable amour” volviera a sonar en el dial y conquistara el oído de más gente.

Carlos ya ha advertido a sus oyentes de que volveré el primer viernes de cada mes como invitado especial.

El próximo programa estará dedicado a los brasileños UAKTI.

Gracias, Carlos, por ayudar a sacarme esa espina.


4 comentarios:

  1. El tiempo pone todo y a todos en su lugar, disfruta de tu programa y deja que tus oyentes disfruten de tu ingenio, de tu voz, de tu música, y deja que la vida fluya....El resto es pasado...Besos

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  2. Gracias, querida Alas de vida, recuperar esta historia ha sido para mí un ejercicio de reconciliación con el pasado. Me he dado cuenta de que no sirve de nada quedarse con el dolor del agravio y la amargura del desengaño. Eso empobrece nuestro espíritu, lo lastra, lo mancha con el barro de la tristeza y el alquitrán del miedo. Me ha costado más de la cuenta concluir esta historia porque ya no siento en presente el terremoto que supuso la carta. Conectar con las sensaciones oscuras y confusas que me guiaron esos meses no ha sido fácil, ni gustoso, pero me siento contento de haber seguido adelante y de dejar atrás este episodio.

    Besos musicales.

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  3. Pasaste página y se abren nuevos horizontes, eso es lo importante

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