jueves, 8 de enero de 2009

Haile on the beach


Después de otra noche con el sueño inquieto, esta mañana he conseguido levantarme a las 9 para empezar con mi programa diario de ejercicio. Vestido con un chándal, una camiseta corta, una sudadera con capucha y unas bambas, me he lanzado a la calle ansioso de acción. Y caminando con paso vivo me he dirigido hasta la playa. Gracias al calor que produce la marcha, y a unos oportunos bolsillos en la sudadera, no he sufrido demasiado las temperaturas gélidas que campaban en el ambiente. Los charcos dejaban ver cristales de hielo, y eso aquí es un acontecimiento.

Una vez junto a la orilla, con el sol queriéndose asomar entre jirones grises, he sucumbido a la insensata tentación de descalzarme para sentir la arena bajo mis pies. Efectivamente, era como caminar sobre la nieve. Pero no había dolor. He guardado el calzado entre unas rocas del espigón, a salvo de las olas; he respirado hondo; he ofrecido mi cuerpo a los rayos solares; y cuando me disponía a comenzar unos ejercicios de calentamiento, he reparado en que alguien se acercaba por detrás. Vaya, me ha cortado el rollo, porque me he puesto a pensar si no me habría estado espiando mientras escondía las zapatillas. Y dentro de ellas había metido las llaves y el móvil. Total, que me he quedado plantado, desafiándole con mi silueta contra las olas. El intruso se ha parado, ha contemplado el panorama unos instantes y se ha batido en retirada. ¡Victoria! Yo no me he movido hasta que lo he visto desaparecer tras el paseo marítimo.

Y ya con la intimidad necesaria me he entregado a los giros, las flexiones y los estiramientos. El sol se ha apiadado de mí y ha conseguido escapar de los cirros para alegrarme el rostro. Mientras me concentraba en la respiración podía sentir su calor; oía las olas lamer mansamente la arena helada; sentía la brisa pasar entre mis dedos y agitándome el cabello; aspiraba con decisión los efluvios de ese instante. E imbuido por el espíritu conjunto de Rocky Balboa, Forrest Gump, Orzowei y Haile Gebrselassie, me he lanzado a correr en el límite de la marea. Mis pies desnudos dejaban su impronta al ritmo sugerido por la reproducción aleatoria del mp3. Afortunadamanente, he arrancado con una canción de carretera de los Kings of Leon. Os confieso que me he sentido dichoso y pletórico, al menos durante 300 metros. El entusiasmo se ha ido entrecortando con la respiración, he tenido que bajar las revoluciones, recuperar el aliento y reanudar la marcha a la más modesta velocidad de crucero de Mercury Rev.

Cuando me aproximaba al otro extremo de la playa, he aprovechado el cambio de tema para dar media vuelta. Ahora con el sol en la cara, y la melodía que los Crooked Fingers dedicaron a Islero, el toro que acabó con la vida e inició la leyenda de Manolete, me he sentido como un mihura trotando por el coto de Doñana. Nueva pausa y los Oasis del 95 me ayudan a consumar el regreso al punto de partida. Gracias al cielo mis zapatillas seguían en su sitio.

He decidido caminar hasta el paseo marítimo para sacudirme la arena y volverme a calzar. Como no sentía las plantas de los pies, me he clavado varias bolitas de pinchos, de esas que abundan junto a las dunas, sin enterarme demasiado. Pero en cuanto me he enfundado los calcetines se me han pasado todos los males. De vuelta a casa con los alegres sones de The Ting Tings.

Sí, ya sé, ha sido un comienzo suave, pero esto es una carrera de fondo; un maratón. Hay que plantearse pequeñas metas antes de llegar a otras más ambiciosas.

Seguiremos informando.


4 comentarios:

  1. El individuo sospechoso quizás era Luis García Zarcorta, que cada mañana se acerca a la playa porque le recuerda a Ruth.

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  2. Puede ser, pero el prefiere que le llamen Zarcorta García.

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  3. Eres afortunado por disfrutar un dia cualquiera de un paseo por la playa. Oasis del 95, la mejor cosecha.

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  4. Pensé por un momento que habia sido yo quien te habia cortado el rollo... Pero no, nuestro encuentro "frontal" fue en el Downtown.

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